Este sábado finaliza la construcción de nabatas en Murillo de Gállego, listas para su descenso el domingo.

HUESCA, 18 de abril. La emblemática construcción de las nabatas culminará este sábado, 19 de abril. Este ambicioso proyecto tuvo su inicio hace una semana con el transporte de la madera desde Biscarrués hacia Murillo de Gállego, donde se está llevando a cabo el ensamblaje en la playa local, junto al río que da vida a esta tradición.
Los organizadores han extendido una cordial invitación a todos aquellos que deseen sumergirse en esta tradición histórica durante la Semana Santa. En Murillo de Gállego, se han planificado diversas actividades y talleres destinados a acercar a los visitantes al apasionante mundo del nabatero.
Asimismo, este sábado, los asistentes podrán participar en la escuela de nabateros, donde se ofrecerán explicaciones guiadas sobre el arte de construir nabatas a las 12:00 y 18:00 horas.
Además, en Biscarrués, se llevará a cabo un taller de maderas a las 19:30 horas, seguido a las 20:00 horas de una conferencia titulada "La tradición nabatera en el mundo". Esta charla será impartida por el experto nabatero José A. Cuchí, quien presentará un audiovisual sobre el tema.
A lo largo de la semana, un grupo de aproximadamente veinte nabateros se ha dedicado a la tarea inicial de remallar los verdugos, creando cuerdas a base de plantas de sarga. Este trabajo es esencial para asegurar que los troncos, que pueden superar los 2.000 kilos, se deslicen adecuadamente por los ríos.
La fase de preparación se dirige hacia el tan esperado descenso de las nabatas, que está programado para el próximo domingo, 20 de abril, partiendo desde Murillo de Gállego.
El domingo a las 11:00 horas verá el inicio del descenso, que se espera alcance el puente de Hierro de Santa Eulalia de Gállego a las 13:00 horas.
Como complemento a estas actividades, se ha organizado una jornada dedicada a las plantas medicinales el sábado 26 de abril a las 09:30 horas en el puente de Hierro de Erés, bajo la guía del herbodietista Manuel Roncero.
Históricamente, durante siglos, los habitantes de Murillo de Gállego, Santolaria y otras localidades cercanas se dedicaron al transporte de madera fluvial. Los troncos que utilizaban provienen de los densos bosques de las sierras pirenaicas del sur.
En invierno, los árboles eran talados y posteriormente transportados a través de pequeños ríos hasta el Gállego, donde flotaban hasta llegar a Murillo. Una vez superada la complicada zona de la Foz de La Peña, eran atados para formar almadías o nabatas que continuaban su trayecto hacia Zaragoza o se aventuraban por el Ebro, alcanzando destinos aún más lejanos.
Al llegar a Zaragoza, la madera se extraía del agua y se organizaba para su venta en las eras cercanas al río, donde competía con la madera que llegaba en carros desde Biel y la que descendía por el Ebro tras haber llegado a este río a través del Aragón. Gran parte de esta madera también provenía de San Juan de la Peña, Oroel y de los densos bosques que conectaban ambos montes.
El Gállego servía para enviar madera de la vertiente meridional de las montañas, mientras que la madera de las laderas septentrionales y el valle de Atarés era llevada con bueyes hasta el río Aragón. Allí, los troncos se ataban para formar almadías en el ligadero de Santa Cruciella, junto a Santa Cilia.
El recorrido fluvial por el Aragón era significativamente más prolongado y costoso, tal como señala el historiador Severino Pallaruelo. Desde Murillo, el Gállego permitía llegar a Zaragoza en apenas dos días, en contraste con los seis o siete necesarios por el Aragón. Aunque había que pagar derechos de peaje y un impuesto, no existían aduanas que cruzar. En cambio, el transporte por el Aragón implicaba pagar estas tasas además de los derechos aduaneros exigidos por Navarra y otros tributos impuestos por los nobles navarros que controlaban esas tierras.
A partir de los centros forestales en Oroel, San Juan de la Peña y áreas vecinas, la madera se transportaba a Zaragoza e incluso a Tortosa a través de los ríos hasta principios del siglo XX, cuando se estableció la línea ferroviaria de Canfranc, la cual conectaba la capital aragonesa con Jaca.
El auge del ferrocarril, capaz de trasladar miles de troncos a Zaragoza en pocas horas, marcó el inicio del ocaso del antiguo oficio del almadiero, según narra Severino Pallaruelo.
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