Para comprender el restablecimiento de la soberanía de Felipe V sobre los territorios aragoneses, es necesario contextualizar esta decisión en el marco de la Guerra de Sucesión Española. Este conflicto se desencadenó en 1701, cuando Carlos II de España murió sin descendencia directa y dejó como heredero a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia.
Rápidamente, las potencias europeas se vieron envueltas en la disputa por la sucesión al trono español, con dos bandos claramente definidos: por un lado, la Gran Alianza, formada por Inglaterra, Holanda, Austria y Portugal, que apoyaba la candidatura del archiduque Carlos de Austria; por otro lado, Francia y España, que respaldaban a Felipe V.
La guerra se extendió por toda Europa y, en el ámbito peninsular, tuvo consecuencias devastadoras para la economía y la sociedad aragonesa. La región se vio dividida entre partidarios de Felipe V y partidarios del archiduque Carlos, lo que provocó un conflicto interno que dejó a su paso destrucción y sufrimiento.
En medio de este escenario caótico, las tropas borbónicas comandadas por el duque de Berwick penetraron en territorio aragonés en 1707. Esta invasión tuvo lugar después de la victoria de las fuerzas borbonicas en la Batalla de Almansa, que significó un duro golpe para los partidarios del archiduque Carlos en la región.
Las tropas borbónicas, bien entrenadas y equipadas, avanzaron rápidamente por Aragón y se enfrentaron a la resistencia de las milicias locales que defendían la causa del archiduque. Tras varios combates y asedios, las fuerzas de Felipe V lograron imponerse en la región y consolidar su control sobre los territorios aragoneses.
Una vez restablecida la soberanía de Felipe V sobre Aragón, se tomó una serie de medidas para consolidar el poder borbónico en la región. Una de las decisiones más controvertidas fue la promulgación de la Nueva Planta, un conjunto de decretos que abolieron las instituciones y fueros propios de la Corona de Aragón y establecieron un sistema de gobierno centralizado y uniforme en todo el territorio español.
Esta medida supuso un duro golpe para la autonomía de Aragón y provocó la reacción de los aragoneses, que se sintieron agraviados por la imposición de las leyes borbónicas. La resistencia antifelipista se mantuvo viva durante años, alimentada por el descontento de la población ante las medidas centralizadoras y represivas del nuevo gobierno.
La Guerra de Sucesión y la posterior imposición de la Nueva Planta dejaron un legado de división y resentimiento en Aragón que perduró durante décadas. La pérdida de autonomía y la imposición de un gobierno centralizado socavaron la identidad y la cultura aragonesa, generando un sentimiento de desconfianza hacia las instituciones borbónicas.
Sin embargo, a lo largo del tiempo, Aragón logró recuperarse y adaptarse a las nuevas circunstancias. La región mantuvo su rica tradición cultural y su carácter único, a pesar de las adversidades sufridas durante la Guerra de Sucesión y la posterior aplicación de la Nueva Planta.
Hoy en día, el legado de aquellos tiempos turbulentos se mantiene vivo en la memoria colectiva de los aragoneses, que recuerdan con orgullo la resistencia de sus antepasados ante la imposición de un gobierno centralizado y la pérdida de su autonomía. La historia de Aragón durante la Guerra de Sucesión Española es un recordatorio de la importancia de defender la identidad y la soberanía de un pueblo ante la adversidad.