La Guerra de Sucesión Española tuvo sus raíces en la muerte del rey Carlos II de España en 1700, quien murió sin descendencia. Esta situación provocó una crisis de sucesión ya que había dos posibles herederos al trono: Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, y el archiduque Carlos de Austria.
Para evitar una guerra por la sucesión, se negoció el Tratado de Partición en 1698, en el cual se acordó que España, las Indias y los Países Bajos serían heredados por el archiduque Carlos, mientras que Francia obtendría Nápoles, Sicilia y Milán. Sin embargo, luego de la muerte de Carlos II, Felipe de Anjou fue proclamado como Felipe V de España, lo que desencadenó el conflicto.
La guerra comenzó en España en 1701 cuando el archiduque Carlos de Austria desembarcó en Barcelona para reclamar el trono. Apoyado por Inglaterra, Holanda, Portugal y algunos territorios de la Corona de Aragón, Carlos comenzó a enfrentarse a las tropas de Felipe V.
Una de las batallas más importantes de la guerra en territorio español fue la Batalla de Almansa en 1707, donde las fuerzas borbónicas de Felipe V derrotaron a las tropas aliadas del archiduque Carlos. Esta victoria consolidó el control borbónico en gran parte de España y redujo la resistencia a su gobierno.
La Guerra de Sucesión Española tuvo profundas consecuencias en el Reino de Aragón. La victoria de Felipe V en la Batalla de Almansa significó la abolición de los fueros aragoneses y la imposición de leyes centralistas que limitaron la autonomía de la región.
Para consolidar su poder en Aragón, Felipe V emitió los Decretos de Nueva Planta en 1707 y 1711, que abolieron las instituciones y leyes propias del Reino, como las Cortes de Aragón. Esto marcó el fin de la organización política tradicional aragonesa y el comienzo de la centralización administrativa impuesta por la monarquía borbónica.
La Guerra de Sucesión Española dejó huellas profundas en la historia de Aragón. La pérdida de sus fueros tradicionales y la imposición de leyes centralistas marcaron el comienzo de una nueva etapa en la historia de la región, que se vio sometida a un proceso de asimilación dentro de la monarquía borbónica.
Tras la guerra, Aragón tuvo que enfrentarse a la reconstrucción de sus instituciones y a la adaptación a las nuevas estructuras administrativas impuestas por la Corona. A pesar de las dificultades, la región logró recuperarse y adaptarse a las nuevas circunstancias, aunque con un peso político y económico menor que en épocas anteriores.